Mi madre me contó que cuando en Valladolid comenzó a
funcionar RENFE a final de los años 40, los empleados eran objetivo de
coplillas por parte del resto de la ciudadanía currante. Sus condiciones de
trabajo —sueldo, horario— eran las deseadas para cualquier padre de familia.
Pocos años después llegó una multinacional que levantó la ciudad en varios
ámbitos, sobre todo el laboral: RENAULT. Entrar a formar parte de la plantilla
no era difícil. Con superar un examen de conocimientos básicos y otro médico, Renault
consiguió que se incorporasen casi 500 trabajadores diarios mientras el proceso
estuvo abierto. El que no entraba era porque no quería o estaba enfermo. Años
después, y en vista de las buenas condiciones de las que gozaban los empleados —sueldo
puntual, trabajo estable, vacaciones, regalos de Reyes Magos para los hijos de
los trabajadores, antigüedad, facilidad para adquirir un vehículo, festivos
asegurados, preferencia de los hijos en el empleo, etc. —, comenzó a difundirse
el dicho «el que vale, vale, y el que no, a FASA»:
una frase que a todas luces mostraba el resquemor de todos aquellos que habían
dejado pasar la oportunidad y después se arrepintieron. Con el tiempo y otras
cosas más, el trabajo fijo en Renault desapareció dando paso a contratos
precarios de pocos meses, los hijos de los empleados dejaron de ser objetivo
preferente de contratación y algún otro detalle cayó en el olvido con la
llegada de lo que llaman progreso.
Pero la envidia no descansa. Lo que antes fue RENFE y FASA,
ahora es la Función Pública. No pasa un día sin que alguien haga un comentario
del tipo «claro, como eres funcionario te lo puedes permitir», o algo parecido.
Comentarios que yo misma hacía cuando trabajaba en la privada y desconocía por
completo el mundo funcionarial, por cierto. Ahora, tras haber pasado varios
años de interinidad, de estudio y currelo simultáneo, y habiendo superado un
proceso, me encuentro a la espera de un destino.
—¿Y tú cuándo empiezas a trabajar? Me refiero a eso de
levantarte a las ocho, siete y media o cuando sea que te levantabas cuando
estabas trabajando.
No sé si la pregunta llevó mala idea, pero sí
desconocimiento profundo. Porque las ocho es la hora a la que se levanta un
interino como muy tarde en sus días libres para estudiar y sacar la plaza, si
es que la quiere fija. Los días de trabajo yo me levantaba a las seis y cuarto.
«Pero tenéis muchas ventajas, os dan la baja cuando queréis,
podéis faltar al trabajo con cualquier excusa, tenéis un sueldo impresionante…»
Bueno, pues la oposición está ahí, echa la solicitud. ¿Te
has jubilado ya o estás a punto, y te arrepientes de no haberlo hecho? Yo no
tengo la culpa. Sólo me da lástima que no puedas comprobar que el sueldo es el
que corresponde, el absentismo está sancionado, las bajas las da el médico y no
la administración, que cuando ya dura un tiempo la baja, se recibe una llamada
para acudir a un centro de control y ver qué pasa realmente, etc.
«A las ocho»...