El hombrecillo se quedó a gusto. Al menos, eso sería lo que él pretendía, supongo. Su defecación vía oral resonó en toda la calle como un disparo a bocajarro, quemando las entrañas de cualquier ser humano mínimamente honesto.
¿Tenía razón para enfadarse? Puede. Cuando yo giré la vista vi que alguien le había obligado a hacer una maniobra inesperada con la moto, posiblemente peligrosa. Cuando algo como eso sucede, uno pierde los nervios.
Y así fue como aquel monigote sobre ruedas, insignificante fantoche, pobre bufón de la corte infernal, se desahogó. De momento.