Me lo pasé en grande con La hoja roja. El primer libro no juvenil que leí en mi vida fue El príncipe destronado, eso sí, por orden del profe de lengua, que no nos dejaría pasar la evaluación si descubría que nos habíamos saltado esa condición. Unos años más tarde decidí ver de qué iba Mi querida bicicleta, el único libro que habían leído hasta el momento algunas de mis amigas. Me picaba la curiosidad. El camino lo leí, recuerdo bien, en un tórrido verano. Me imaginaba al Mochuelo y sus amigos saltando por los matorrales y pinares entre el mismo calor que estaba yo soportando en aquellos momentos.
No lo conocí nunca personalmente, aunque su casa está a pocos metros del lugar donde trabajo. En estos momentos no hago más que mirar por la ventana a ver si veo movimiento de familiares, amigos y demás, pero está todo la mar de tranquilo. Como siempre. Delibes era un hombre que pasaba desapercibido, perfectamente camuflado entre el resto de jubilados de Valladolid. No se escondía, pero él se encasquetaba su gorra y su abrigo y salía a pasear por ahí con sus amiguetes como si tal cosa, antes de que su enfermedad lo enclaustrase en casa.
Parece ser que la SGAE le había propuesto como Nobel para el 2010. Antes la muerte que tener tratos con la SGAE, sin duda, ni siquiera para recibir un Nobel.
Dicen que van a poner la capilla ardiente en el Ayuntamiento. Iré a echar un vistazo. Y un Padrenuestro.
Descanse en paz.