Últimamente oigo mucho, sobre todo en bocas "cincuentenarias" o más, el ya rayadísimo disco de "eso era antes", "ahora es así", o incluso "es la moda", refiriéndose al matrimonio en el primer caso, y a los apareamientos previos o sustitutivos en el segundo y en el tercero.
Es curioso que estas expresiones provengan de personas que, en su mayoría, han tenido un matrimonio que se puede calificar de feliz, en el que no hubo necesidad alguna de hacer pruebas ni prácticas previas, para ver cómo funcionan las cosas y tal. O para ver si éste me sirve o si ésta me va bien, como quien prueba el coche antes de comprarlo, vaya. Tras un periodo de conocimiento en el que no hay necesidad de probar nada, creyeron el uno en el otro y se lanzaron juntos al ruedo. ¿Por qué ahora sus hijos no son capaces de hacer lo mismo? Me temo que algo ha fallado, pero no en su matrimonio, sino en la educación que dieron a sus vástagos. La justificación que hacen de la conducta de sus hijos casaderos apenas puede ocultar un regusto amargo, el de aquél que preferiría ver cómo pisan fuerte en la vida, en vez de tambalearse con inseguridad en la cuerda floja, sin ser capaces de apostar seriamente por la persona de la que dicen estar enamorados. Y eso no es moda, queridos. Es miedo. Más miedo que once viejas.
Lo del matrimonio era "así" antes, y ahora también. Y vivir juntitos a ver qué pasa sigue llamándose amancebamiento. Y tiene bastantes siglos de antigüedad, de moderno nada, señores.
Por eso pongo como ejemplo la historia de Pablo y Patricia, una entre un millón como ellos.