Visualicemos la situación: zona de hospital de día del Clínico de Valladolid; dos de la tarde; casi todos los pacientes han terminado sus tratamientos y han regresado a casa; en la sala sólo queda una paciente terminando el suyo (servidora), unos cuantos sillones vacíos y la enfermera que cuida la sala.
De repente entra la enfermera de la consulta de Neurología. Se dirige a la enfermera de la sala y delante de mí, una completa desconocida, tienen la siguiente conversación:
- ¡No lo entiendo, de verdad! ¿Te acueras de N, ése con esclerosis que bla, bla, bla...?
- Ah, sí.
- Pues ahora dice su mujer que no la hemos avisado que su marido podía acabar así, que no se lo hemos explicado. Y mira que se lo hemos dicho veces: que la esclerosis puede "degenerar en un deterioro cognitivo". "Deteriorio cognitivo, deterioro cognitivo...". ¿Cuántas veces se lo hemos dicho, Marta? Pues ahora, que su marido está como una chota**, dice que no se lo habíamos dicho.
Qué poco tacto, Dios mío. A saber lo que entendió la señora por "deterioro cognitivo". Le expliqué después a Marta el caso (real, y que ahora muchos cuentan como chiste) de aquella mujer que pretendía endosarle a su marido 102 galletas en el desayuno, porque en el papel del régimen ponía "café con 1 ó 2 galletas". Si a esa señora le hablasen de deterioro cognitivo, no quiero ni pensar lo que interpretaría.
- Hombre, yo creo que Josefa se lo explicaría bien...
- Yo no lo apostaría.
(*) Título de la campaña de SACYL para evitar agresiones a los profesionales sanitarios. Por lo visto, es unidireccional. Si son ellos los que te sueltan una insolencia, te humillan con su fina ironía o te mandan a freír espárragos, no pasa absolutamente nada.
(**) Qué finura, qué delicadeza.