¿Veis? Igual que digo una cosa, digo también la otra. Ayer fui víctima de unos de esos tipos/as que aparcan sin pensar en los demás. Salgo del trabajo a las 12 de la noche y me encuentro con que no puedo entrar en mi coche porque el colega de la izquierda (estábamos en batería) ha puesto sus... digo, su vehículo, a tres centímetros del mío. Ni un alma por la calle. Decido llamar a los municipales. A lo mejor hasta interrumpen su partida de mus y me hacen caso y todo.
Tardan en contestar, pero al fin...:
- ¡Policía!
Ay, madre. No sé si seguir. Finalmente les cuento el caso.
- ¿Y no puede entrar por la derecha tampoco?
Les explico que mi precaria condición física no me permite hacer contorsionismo, y menos en un coche en el que, entre asiento y asiento, está la palanca, un contenedor de cd's y un reposabrazos.
- De acuerdo, le enviaremos una patrulla.
Al llegar y ver la situación, con cara perdonavidas (también hay que decirlo), me dice uno de ellos:
- Si le parece, yo le saco el coche.
- Me da igual cómo lo haga, sólo quiero irme a casa cuanto antes. Y en mi coche.
Así que le tendí la llave (con Manolo colgando, que sigue ahí) y en dos zancadas el tío se plantó desde la derecha en el asiento del conductor. Un cincuentón. Lo demás, obviamente, fue coser y cantar. Para él no hubo obstáculos: ni contenedor de cd's, ni palanca, ni reposabrazos, ni gaitas. Para él fue muy fácil. Pero yo no podía hacerlo.
Me llevo bien con mi "invitado imprevisto"*. Hasta el momento me permite hacer una vida casi normal. Pero cuando me hace notar su presencia, a veces hasta me humilla. Porque, repito, el tipo que entró en mi coche ya no cumplía los cincuenta tacos.
* El "invitado imprevisto" al que enlazo es bastante más grave que el mío, pero también es imprevisto. Al menos, yo no lo llamé.