La habían intentado asaltar. Eran dos, uno de ellos alargó el brazo para cogerle el bolso, pero ella lo evitó retirándose a tiempo. Apretó a correr, pero alguien más apareció cortándole el paso. A continuación, cuatro coches la rodearon, y con gran esfuerzo consiguió zafarse de todos, corrió y corrió y por fin llegó a la puerta del hotel. No podía volver a la calle, porque estaban esperándola, la seguían, iban a por ella, estaban ahí, ¡que sí, estaba segura!
- ¡Me mira usted con una cara como si no me creyera! ¡Llame a la policía!
En realidad lo que estaba pensando era qué hacer con aquella pobre mujer que tenía delante. Al final llamé a la policía. Les pasé con ella y les contó cómo los masones la perseguían desde hacía tiempo, que no la dejaban vivir, que ahora había sufrido otro asalto... El policía le pidió que me volviera a pasar el auricular.
- Sí, diga.
- Oye, esta mujer está...
- Sí, ya. ¿Qué hago?
- Llama al 112.
- ¡Maldita sea, no puedo! -le dije entre dientes- La tengo delante, me oye lo que digo, sólo se va a ir si vienen ustedes. Como llame al 112 se va a enterar y me puede armar aquí un pitote. Y tengo más clientes, ¿sabe?
- Ya, pero comprende que bla, bla, bla.... Si los compañeros tienen un accidente con ella, bla, bla, bla... Y hoy es viernes y tengo la centralita saturada de agresiones, peleas, etc....
Ya, sí. Siempre somos nosotros los que tenemos que comprender.
- Si no va a venir la policía, me quedo aquí a dormir. - decía la mujer mientras yo seguía hablando por teléfono.
Yo negué con la cabeza y con el dedo. Sólo me faltaba tenerla allí por la noche.
- ¿No me puedo quedar? Pues me voy.
Al final yo tampoco me quedé satisfecha. La vi marcharse y lo ideal habría sido que hubiese pasado la noche a buen recaudo en el hospital. ¡Qué cosa, lo de la mente! Qué misterio. De no ser por lo patético de la situación, la historia que me contaba resultaba hilarante. ¿Qué pasará dentro de nuestra mollera para que se revuelva todo así?