Me alegro de volver.
Increíble. Dijeron diez días, y diez días han sido. Qué precisión.
No están mal los hotelitos de la Seguridad Social, aunque pueden mejorar, vaya que sí. Tiempo al tiempo.
Últimamente tienen por costumbre hacerte saber, de forma solapada y como quien no quiere la cosa, a cuánto asciende tu pensión completa, más las atenciones adjuntas, etc. En fin, todo aquello de lo que te libras de pagar de un tirón, como pasa en la privada. Para que sepas las ventajas que tienes y te olvides de las pequeñas incomodidades, tales como retrasos de diez meses en las consultas (no exagero), habitaciones triples, fumadoras nocturnas que piensan cándidamente que su humo no sale de la sala de personal, etc.
Todo esto lo digo con una sonrisa en los labios, tampoco quiero que nadie piense que he estado los diez días enfadada con todo lo que me rodeaba. Al contrario, ha sido la mar de llevadero y en ocasiones divertido. También he visto cómo las cosas salen adelante cuando uno pone de su parte. Es el gracioso caso del tipo que estaba en la ventanilla de información. No debía de haber dormido muy bien esa noche, porque fui a pedir un certificado de alta y me miró como si le estuviera pidiendo un plato de alubias.
- ¿¿Cómo??
- Sí..., un certificado de haber salido de aquí hoy. Para llevárselo al médico, ¿sabe? ¿O con lo que dan arriba ya vale?
- (Por fin, situándose) A ver, tendrá un informe o algo, ¿no?
- Pues sí..., espere... (Empecé a rebuscar) Es que lo metí lo primero y...
- (Con expresión perdonavidas) Bueeeno, es igual. Dígame cómo se llama.
Le di mi nombre y apellidos y comenzó a teclear ávidamente. Mientras lo hacía, estuve a punto de preguntarle cuánto solían durar allí los teclados de los ordenadores, pero por temor a distraerlo contuve la pregunta. Por fin, la impresora escupió mi certificado y me despedí con un complaciente “muchas gracias”, mientras me preguntaba para qué gaitas necesitaría él mi informe. Los hay con ganas de complicar las cosas. Me recordó a una ocasión similar, en que fui a pedir otro certificado.
- Buenos días, necesitaría un certificado de...
- (Negando con la cabeza) ¡Tiene que venir ella!
- Sí, claro, “ella” soy yo, que no me ha dejado ni decírselo, caramba.
- Ah, bien. ¿Nombre?
Son estas pequeñas cosas las que, después, hacen agradable la velada familiar durante la cena.
Mañana más.
No están mal los hotelitos de la Seguridad Social, aunque pueden mejorar, vaya que sí. Tiempo al tiempo.
Últimamente tienen por costumbre hacerte saber, de forma solapada y como quien no quiere la cosa, a cuánto asciende tu pensión completa, más las atenciones adjuntas, etc. En fin, todo aquello de lo que te libras de pagar de un tirón, como pasa en la privada. Para que sepas las ventajas que tienes y te olvides de las pequeñas incomodidades, tales como retrasos de diez meses en las consultas (no exagero), habitaciones triples, fumadoras nocturnas que piensan cándidamente que su humo no sale de la sala de personal, etc.
Todo esto lo digo con una sonrisa en los labios, tampoco quiero que nadie piense que he estado los diez días enfadada con todo lo que me rodeaba. Al contrario, ha sido la mar de llevadero y en ocasiones divertido. También he visto cómo las cosas salen adelante cuando uno pone de su parte. Es el gracioso caso del tipo que estaba en la ventanilla de información. No debía de haber dormido muy bien esa noche, porque fui a pedir un certificado de alta y me miró como si le estuviera pidiendo un plato de alubias.
- ¿¿Cómo??
- Sí..., un certificado de haber salido de aquí hoy. Para llevárselo al médico, ¿sabe? ¿O con lo que dan arriba ya vale?
- (Por fin, situándose) A ver, tendrá un informe o algo, ¿no?
- Pues sí..., espere... (Empecé a rebuscar) Es que lo metí lo primero y...
- (Con expresión perdonavidas) Bueeeno, es igual. Dígame cómo se llama.
Le di mi nombre y apellidos y comenzó a teclear ávidamente. Mientras lo hacía, estuve a punto de preguntarle cuánto solían durar allí los teclados de los ordenadores, pero por temor a distraerlo contuve la pregunta. Por fin, la impresora escupió mi certificado y me despedí con un complaciente “muchas gracias”, mientras me preguntaba para qué gaitas necesitaría él mi informe. Los hay con ganas de complicar las cosas. Me recordó a una ocasión similar, en que fui a pedir otro certificado.
- Buenos días, necesitaría un certificado de...
- (Negando con la cabeza) ¡Tiene que venir ella!
- Sí, claro, “ella” soy yo, que no me ha dejado ni decírselo, caramba.
- Ah, bien. ¿Nombre?
Son estas pequeñas cosas las que, después, hacen agradable la velada familiar durante la cena.
Mañana más.