
Veía claramente que quien hablaba era una mujer de mediana edad, delgadísima, situada frente al cristal de una pescadería de cierto lujo. Miraba a la macro-pecera que se ve desde la calle y señalaba los distintos bichos que la habitaban. Sí, veía quién hablaba. Pero ¿a quién? Porque parecía estar sola. A medida que me acercaba, fui comprobando que sobre el hombro contrario a mi perspectiva inicial llevaba una jaula y dentro un pájaro, claro. Una especie de abubilla o algo así. Es decir, estaba en plena vía pública, enseñando a su abubilla los distintos tipos de peces y marisco. Y diciéndole que saludara: holaaa. Al principio me dio pena. Pero, pensándolo, también cierta envidia: ahí estaba, haciendo lo que quería, sin importarle qué dirá la gente que la vea.
Y yo pensando que el descosido de mi chaqueta iba llamando excesivamente la atención…