Las dos personas con las que conviví hace un par de semanas no tenían nada que ver la una con la otra. Así como una de ellas tenía una gran experiencia de la vida (ya he hablado de ella anteriormente), la otra era joven, sin llegar a los treinta, y pasaba en estos momentos por lo que yo juzgaba que podría ser la cúspide de su vida: éxito profesional, remontada económica, independencia total, "fortuna en amores", etc. Sólo espero que lo suyo al final "no sea nada", como se suele decir.
Entre las tres hablábamos mucho.
- Mi novio y yo llevábamos cinco años saliendo y ahora en junio nos hemos ido a vivir juntos. - explicó la joven, emocionada.
- Nada, nosotros nos casamos. Antes eso tuyo no se llevaba.- respondió la decana del equipo.
- ¿Cuál, el concubinato? Si es más viejo que la tos.
No, no lo dije. Una lástima. Sólo lo pensé. Comprendo que dicho así habría sido como una puñalada en pleno diafragma, y cuando tres personas han de compartir cinco metros cuadrados las veinticuatro horas del día, más vale llevarse bien.
Pero, ¿por qué habría de sentarle mal? ¿Cuál es el problema realmente?
Recuerdo que cuando estaba el elemento ése de ETA en huelga de hambre y decían que dejaban entrar a su "novia" donde él estaba, alguien puntualizó: "Su concubina. No mancilles la palabra novia".
¿Cuál es el problema de los términos correctos? ¿Nos recuerdan nuestra conducta y preferimos darlos de lado?