Un día oí decir que los de Valladolid aceptan cualquier cosa, siempre y cuando sea gratis, aunque objetivamente sea una porquería. Más tarde alguien me dijo que esa virtud se extiende a todo el territorio español. Los de Burgos no querían ser menos.
- ¿Qué pasa allí, que hay tanta gente?
- No lo sé, pero dicen que es gratis.
- Ah, pues vamos, ¿no?
- Por supuesto.
Ayer fue el día de los museos y la entrada era gratuita, así que las colas eran kilométricas. Y es que los españoles corremos tras la cultura como lobos, oiga. Pero con esos precios nos lo ponen tan difícil... El bolsillo sangra y se queja cada vez que se le extrae buena parte de su caudal para pagar un libro. También gime cuando ha de satisfacer la cuenta de esas cañitas que nos hemos cepillado en la terraza del bar de la esquina, pero ahí se le pasa pronto. Las terrazas siguen abarrotadas.
Y no digamos para pagar los libros de texto de los niños, cada vez que empieza el curso. A ver cuándo los dan gratis, porque la escolarización se está poniendo por las nubes, y tal... Que todavía tenemos que pagar el crédito de las vacaciones en los Alpes Suizos.
Pero eso de que las cosas sean gratis también tiene su parte oscura. El pasado día 13 de Mayo, además de la Virgen de Fátima, era San Pedro Regalado (je, je, ya nos sabemos la broma, gracias), patrón de Valladolid. Como cada año, el transporte público ese día era gratuito. De año en año, ese pequeño detalle se me olvida, y a punto estuve de hacer el primo y picar el bonobús. Menos mal que la maquinita tenía puesto un precinto anti-desmemoriados como yo. La conductora me tendió solícita el billete a cero euros y entonces caí en la cuenta. Sin embargo, tomar el bus de vuelta fue imposible. A esas horas ya todos los ciudadanos también habían descubierto el detalle y en los autobuses no cabía una mosca.
Caminando, que hace bueno.