¡Qué paciencia tiene este hombre!
Eso fue lo que pensé cuando vi cómo cuidaba a su mujer, enferma por varios flancos y desde hace tanto tiempo...
La señora en cuestión me había estado contando su "curriculum" sanitario durante casi tres cuartos de hora. Yo no tenía prisa, porque ambas estábamos sujetas al cable que nos proporciona nuestra ración mensual de suero, operación que dura casi cuatro horas. Mi compañera está físicamente bastante limitada, de modo que su marido la acompaña al hospital, se asegura de que queda cómoda en el sillón, la lleva un almuerzo a mitad de tratamiento, entra y sale de vez en cuando para ver cómo va la cosa y cuanto termina la ayuda a recoger sus cosas y se va con ella a casa. Ni un suspiro, ni un mal gesto. Que yo sepa, esto lleva sucediendo cada mes por lo menos durante diez años. Sin contar con crisis repentinas, urgencias, sustos, revisiones rutinarias y demás. La mujer no sólo lo lleva bien, sino que además tiene su punto de humor.
Cualquiera podría pensar que su marido no hace más que cumplir con su obligación (ya se sabe, "en la salud y en la enfermedad" y todo eso), y en gran parte es verdad. Por eso yo pensé en la paciencia del hombre. Pero un día:
- Cámbiala por dos de veinte - dijo otra paciente al marido, entre bromas.
- No, je, je -contestó él sonriendo- ¡yo no la cambio por nada!
Muy certero, sí señor. Ahora sí que lo entiendo todo.
Desde entonces les miro con muchísimo más respeto.