El 6 de Octubre de 2002, Juan Pablo II canonizó a San Josemaría Escrivá de Balaguer. Fue uno de esos viajes-relámpago, de los que he hablado alguna vez.
Estoy muy agradecida a San Josemaría, como Fundador del Opus Dei. Él solía decir que no, que sus hijos se lo debemos todo a Dios, y que él no ha hecho más que estorbar. Pero como ahora no me va a replicar, insisto: le estoy muy agradecida. Es maravilloso saber que se puede santificar cualquier situación honrada, por encima de su importancia o de su dificultad.
En todo esto hay un detalle que me hace gracia y que no quiero dejar pasar. Es curioso que coincida el día de la Canonización de San Josemaría con el día de San Bruno, fundador de los cartujos, dos espíritus cuyo parecido entre sí es mera coincidencia. Veámoslo:
San Bruno redactó para sus monjes un reglamento que es quizás el más severo que ha existido para una comunidad. Silencio perpetuo. Levantarse a media noche a rezar por más de una hora. A las 5:30 de la mañana ir otra vez a rezar a la capilla por otra hora, todo en coro. Lo mismo a mediodía y al atardecer.
Nunca comer carne ni tomar licores. Recibir visitas solamente una vez por año. Dedicarse por varias horas al día al estudio o a labores manuales especialmente a copiar libros. Vivir totalmente incomunicados con el mundo... Es un reglamento propio para hombres que quieren hacer gran penitencia por los pecadores y llegar a un alto grado de santidad.
Esto no recuerdo de dónde lo saqué, pero por ahí está.
“Una vez preguntaron a san Josemaría qué oratorio le gustaba más en la casa donde vivía; su respuesta espontánea fue: «la calle». Esta afirmación nos muestra lo positivo que es el mundo para san Josemaría: se muestra lleno de un auténtico «entusiasmo por el mundo», si bien no de un modo ingenuo. No es ni optimista ni pesimista, sino un realista cristiano. Sabe de las consecuencias del pecado y del peligro de mundanizarse, pero —y esto es lo decisivo para su postura positiva en relación con el mundo—, también sabe que Dios ama al mundo”. (Homilía de mons. Fernand Franck, arzobispo de Luxemburgo, en la misa de acción de gracias celebrada en la basílica de Ss. Doce Apóstoles el 8 de octubre).
Esto está sacado de la web del Opus Dei.
Y sin embargo, los dos caminos terminan en el mismo sitio. Qué maravilla. Yo, por mi parte, voy a celebrar este día dando muchas gracias a Dios por ello y disfrutando de un buen postre que seguramente habrá en mi casa.
Estoy muy agradecida a San Josemaría, como Fundador del Opus Dei. Él solía decir que no, que sus hijos se lo debemos todo a Dios, y que él no ha hecho más que estorbar. Pero como ahora no me va a replicar, insisto: le estoy muy agradecida. Es maravilloso saber que se puede santificar cualquier situación honrada, por encima de su importancia o de su dificultad.
En todo esto hay un detalle que me hace gracia y que no quiero dejar pasar. Es curioso que coincida el día de la Canonización de San Josemaría con el día de San Bruno, fundador de los cartujos, dos espíritus cuyo parecido entre sí es mera coincidencia. Veámoslo:
San Bruno redactó para sus monjes un reglamento que es quizás el más severo que ha existido para una comunidad. Silencio perpetuo. Levantarse a media noche a rezar por más de una hora. A las 5:30 de la mañana ir otra vez a rezar a la capilla por otra hora, todo en coro. Lo mismo a mediodía y al atardecer.
Nunca comer carne ni tomar licores. Recibir visitas solamente una vez por año. Dedicarse por varias horas al día al estudio o a labores manuales especialmente a copiar libros. Vivir totalmente incomunicados con el mundo... Es un reglamento propio para hombres que quieren hacer gran penitencia por los pecadores y llegar a un alto grado de santidad.
Esto no recuerdo de dónde lo saqué, pero por ahí está.
“Una vez preguntaron a san Josemaría qué oratorio le gustaba más en la casa donde vivía; su respuesta espontánea fue: «la calle». Esta afirmación nos muestra lo positivo que es el mundo para san Josemaría: se muestra lleno de un auténtico «entusiasmo por el mundo», si bien no de un modo ingenuo. No es ni optimista ni pesimista, sino un realista cristiano. Sabe de las consecuencias del pecado y del peligro de mundanizarse, pero —y esto es lo decisivo para su postura positiva en relación con el mundo—, también sabe que Dios ama al mundo”. (Homilía de mons. Fernand Franck, arzobispo de Luxemburgo, en la misa de acción de gracias celebrada en la basílica de Ss. Doce Apóstoles el 8 de octubre).
Esto está sacado de la web del Opus Dei.
Y sin embargo, los dos caminos terminan en el mismo sitio. Qué maravilla. Yo, por mi parte, voy a celebrar este día dando muchas gracias a Dios por ello y disfrutando de un buen postre que seguramente habrá en mi casa.