Hoy ha venido Tete Cohete al hotel. No, no es por lo gamberro, es que es su viva imagen. Cada vez que lo veo entrar y salir con el monopatín bajo el brazo, sus greñas, su ropa descuidada, no puedo por menos que carcajearme discretísima y silenciosamente y, ya veis, no he podido por menos que escribirlo.
Sólo espero que no le dé por fabricar artefactos para deslizarse por las escaleras, encender y disparar cohetes por la ventana y atropellar viejas por los pasillos.
No creo. En eso se diferencia del veradero Tete Cohete: este rondará los veinticasitodos y está en una cuadrilla de currantes.