En sus tiempos de abogado novel, Abrahán Lincoln tuvo en una ocasión dos pleitos en el mismo día y en el mismo juzgado. En ambos asuntos se planteaba idéntica cuestión legal pero en uno patrocinaba al demandante y en la otra actuación trabajaba para el demandado.
Lincoln hizo por la mañana un elocuente informe y ganó el pleito. Por la tarde inició su actuación defendiendo el criterio opuesto con igual habilidad. Al oírle, el juez esbozó una sonrisa y le preguntó la causa del cambio de actitud.
- Disculpe su señoría –replicó Lincoln –; tal vez padecí un error esta mañana, pero esta tarde sé que tengo razón.
Lincoln hizo por la mañana un elocuente informe y ganó el pleito. Por la tarde inició su actuación defendiendo el criterio opuesto con igual habilidad. Al oírle, el juez esbozó una sonrisa y le preguntó la causa del cambio de actitud.
- Disculpe su señoría –replicó Lincoln –; tal vez padecí un error esta mañana, pero esta tarde sé que tengo razón.