Andábamos tomando unos "cafeses" después de una comida de colegas de clase. Fuimos saltando de un tema de conversación a otro, hasta que alguien terminó espetando, en plan sentencia:
- Es que es insoportable la gente que no respeta los derechos de los demás. Por ejemplo, la gente que no quiere el aborto porque dice que les van a obligar a abortar y ellas no quieren. Que no señooora (tono perdonavidas), que no es que le vayan a obligar a abortar, que es un ley para que QUIEN QUIERA pueda abortar. La que no quiera, que no lo haga, pero que exista una ley que permita abortar para que, las mujeres que lo deseen, puedan abortar.
- Eso, -otra- además, a mí me dan ganas de decirles "pero señora, que usted con sesenta años ya no va a tener ese problema, no se meta".
A esto sucedieron afirmaciones varias, aunque no unánimes, también hay que decirlo.
Nunca se me ha dado bien discutir en grupo. Hay quien no tiene inconveniente, incluso disfruta con el arte dialéctico y litigante. Pero a mí Dios no me ha otorgado el don de la respuesta rápida, y cuando alguna vez la he dado ha sido a bulto, sin saber si mataba o espantaba.
Así que no, amigos, no iba a entrar ese día a vuestro trapo. Tengo la experiencia de que en una situación así, la opinión minoritaria o solitaria de alguien termina ahogada por las voces embravecidas de los demás. Pero aquello no podía quedar así. Cuando llegué a casa, el plan ya estaba marcado: veríamos si de uno en uno opinabais lo mismo.
(Mañana sigo)