No sé dónde he leído recientemente que cuando se deja de creer en Dios, se cree en cualquier cosa. ¡Vaya si es verdad! Le digo a mi amiga Alicia:
- Qué pulsera más curiosa tienes. - la eché mano para verla más cerca.
- Qué pulsera más curiosa tienes. - la eché mano para verla más cerca.
- ¡No la quites, no la quites!
La solté en el acto. Alargándome la mano de nuevo, continuó:
- Es que son pulseras de la suerte, no se pueden sacar.
- ¿La tienes incrustada?
- Nooo. Es que si me la sacas, no funciona, ¿sabes? En cada pieza tengo pegado un sellito con una imagen, se va pidiendo cosas, y a medida que se cumplen, quito un sellito. Pero todo esto con la pulsera puesta, si te la quitas te lo has cargado todo.
- ¡Se rompe el maleficio!
- Eso mismo (risita de ironía).
- Hija, qué quieres que te diga, a mí me parece una complicación. Yo cuando quiero pedir algo, rezo una padrenuestro y que sea lo que Dios quiera. A lo mejor me toca rezarlo muchas veces, pero por lo menos no tengo que tener ahí nada puesto mañana, tarde y noche. Con lo que me estorban a mí los abalorios.
- Mira, a lo mejor tú conoces alguna imagen más de aquí. Yo sólo conozco el Corazón de Jesús.
- O sea, que encima van y ponen ahí... ¡Jo!
- Bueno, no sé, es normal, ¿no? Al fin y al cabo es todo lo mismo.
Vale. A ver por dónde empiezo...