No nos dejaron respirar. La venganza por la liberación de Ortega Lara estaba servida. Les iba a saber a gloria. Por fin un crimen que estrujaba el corazón de los españoles hasta hacerlos revolcarse por las calles, gritando en una angustiosa espera, en unos minutos que transcurrían veloces, con la única compañía de la impotencia y el odio. Por fin un crimen que iba a dejar una huella permanente, por el que recordarían quién es ETA y que va en serio.
¿Qué tuvo la muerte de Miguel Ángel Blanco que no tuviera la de todos estos? Picad, picad el enlace.
¿Quizás lo diferenció las circunstancias? Un plazo de tiempo ridículo y un rescate que no se podía conceder. Esta vez no había lugar para la esperanza. Aquel día España se unió. ¡Pero toda! Incluidos los vascos, ya les daba igual lo que pudiera sucederles, aunque les delatasen las cámaras. ¡Todos a por ellos! ¿Qué más daba que a los siete años España fuera a traicionarle en las urnas, atemorizada por un nuevo chantaje?